viernes, 13 de febrero de 2009

PLoP.

Era el tintinear de la lluvia. Eso era lo que importaba. Lo que marcaba el paso del tiempo. Los segundos, los latidos. Allí.
Y tintineaba contra todo lo que encuentre, siempre tintineaba plop plop plop. Marcaba. Siempre hay algo sobre lo que caer. Siempre hay algo. Y eso no es poca cosa. Porque sino plop plop plop ya no habría tiempo. Ni nada.
Plop.
Siempre llovía.
Lluvia de verano: corta y profunda. Lluvia a baldazos. Plop plap plop. Plap plop. Lluvia de a trazos. Lluvia oscura. Truenos que gritan liberación. Flashes de luz y amor. La gente saca sus botes, nada. Olor a tierra mojada. Lluvia de otoño: algo marrón. Lluvia seca. Viento que agita todo, que lleva ciudades, que traslada pueblos a otros pueblos y gritos. Lluvia rápida, feroz y tranquila. Lluvia invernal. Fría, casi nieve. Lluvia blanca, leve. Escúchala y escucharas mil voces que te piden socorro, que no saben hacia donde salir, que gimen. Pero ya no gritan, son leves suspiro de desgracia. Luego. Luego. Lluvia de primavera, casi rosa. Lluvia que ríe y que canta, no gime. Lluvia con olor a flores y a frutos. Y a tierra, siempre está la tierra. Tierra que se moja y que escupe muchas cosas, que renace, que vuelve a ser. Más.
Plop.
Plop.
Plop.
Es que allí
Sin lluvia
Sin tiempo
Nada existía.
Plap.

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