lunes, 23 de marzo de 2009

Judith y su pena...

Judith trata de olvidar. Trata de olvidar a ese sentimiento tan misterioso que es el amor. Ella, te juro, que intenta no pensar más en ese muchacho que un día desapareció de su vida. Y le duele el abandono. A todos nos duele. Pero ella no puede entender el dolor, la soledad de la nada. Ni cómo es que sucedió. Cómo un día voló para siempre la felicidad y se quedó sola. Sola en un páramo familiar, de temores enclenque, de padres locos e inentendibles.
Ella llora. Se lamenta y llora su pena. Aunque nadie la entienda. Y sabe que de algún lugar oculto brotan esas lágrimas, esos ríos que la bañan. Solo por amor.
No imagina salida. El laberinto de emociones la sofoca, la empaña y algún monstruo de su mente le cierra el paso hacia la salida. Ella ni siquiera la vislumbra, ya ni lucha por ella. Llace tendida, sola, allí. Y llora, pasivamente llora.
Se oculta de todo, hasta de sí misma. Ya ni quiere encontrarse en su laberinto sin salida. Judith quiere desaparecer.

Variables del amor.

Orillas desparejas, perplejas. Que se juntan en un mismo punto de amor desencontrado y a la vez no (no dije que se juntaban?): juntas y desencontradas. ¿Es verdad lo que se dice o es toda una farsa de alucinaciones de locos de geriátrico?
Alguien grita. Grito penetrante de lejos que dice muchas cosas. También, me toca.
Derritiéndome estaba cuando soñaba. Casi helado de chocolate y crema, y la sábana se manchaba. "¡Cuidado que no sale!"dijo alguien, creo que mi propia voz de madre. "¡Cuidado que no salgo!"
Pegada a la sábana, al colchón, a todo estoy ahora. Pero ya no me importa. Me derretí y como derretida que soy, casi fuego, casi agua, casi amor, ya no me importa.

domingo, 8 de marzo de 2009

Sueños volados.

El niño buscaba un globo, tan solo un punto en un mar de cielo azul. Otro niño tambien miraba cómo el globo se alejaba. Era un globo volado, olvidado, arrastrado de las manos de alguien por el viento. Ahora solo se podía mirar. Sin embargo, ambos niños soñaban que volaban, que eran arrastrados por el viento como el globo; y lo alcanzaban. Los niños pueden soñar, ellos quieren soñar.

- Quiero soñar- le dijo la señora al hombresito sentado a su lado.
La tarde soleada resplandecía frente a sus ojos. La plaza no podía estar más bonita. La señora vestida de rosa se sentó en el banco como de casualidad. Hacia rato que el hombresito estaba alli, pasivamente sentado. Los años que llevaba encima lo habian achicado, era casi diminuto. Y miraba. Sentado alli miraba toda la vida a su alrededor, absorbido en sus pensamientos, como si él ya no perteneciera a este mundo.
Miró a la señora. La gente no suele empezar conversaciones de esa extraña manera. Pero no le importó.
- Hace muchos años, cuando era joven, era vendedor de sueños. Vendía sueños voladores, de esos que se arrastran por entre las nubes tanto de día como de noche. Eran sueños para dejar que se los lleve el viento. Y muchos niños compraban sueños. Porque a los niños les gusta soñar.-
Dijo todo de un tirón. Simplemente lo dijo y despues se calló.
La señora quedó estupefacta por un momento. Luego sonrió. Se levantó del banco de plaza y se fue, sin decir nada. capaz poruqe había encontrado algo en esa respuesta. El hombresito la vio atravezar el parque. No se movió, solamente la vio alejarse.
Al rato tambien la vio volver. Llevaba en su mano un globo. El hombresito sonrió por un momento, casi como un niño, mientras ella se sentaba a su lado. Silencio. Luego ella soltó el globo.
El hombresito buscaba un globo, tan solo un punto en un mar de cielo azul. La mujer de rosa tambien miraba cómo el globo se alejaba. Era un globo volado, olvidado, arrastrado de las manos por el vientos. Ahora solo se podía mirar. Sin embargo, ellos soñaban que volaban, que eran arrastrados por el viento como el globo; y lo alcanzaban.